domingo, 7 de diciembre de 2008

Recepción - Bienvenidas meretrices

Viene la Navidad, el cariño, el amor y con ello, las meretrices de la ciudad ... Recuerdo bien esa noche, el invierno había empezado y el frió escarapelaba mi cuerpo, no había alma alguna en la recepción cuando de pronto, ella entró . – Ha de ser una princesa – pensé. Estaba en un error, la joven era Crystal, una de las damas de compañía mas conocidas de la ciudad. Nunca antes la vi siquiera pasar por el hotel, pero su reputación la había hecho famosa entre las damas de la corte, decían que de niña vivió en una pequeña aldea al sur del país pero la escasez de trabajo y, por lo tanto, de dinero obligó a sus padres a enviarla a Lima. Contaban también que su oficio era un secreto a voces, toda la ciudad sabía de sus andanzas pero sus padres seguían creyendo que ella trabajaba en un hogar de niños pobres en el cual le brindaban un lugar donde quedarse y comida para sobrevivir a cambio de trabajar como maestra.

Su historia siempre me llamo la atención y ahora la tenía justo frente a mí, preguntando por Jaafar Abdulah, el famoso apostador árabe. ¿Sabrá su esposa lo que esta pasando aquí? Seguramente que no... o seguramente ni le importa, tendrá tantas. Ella estaba impaciente, parecía que le importaba mucho el tal Jaafar o era talvez que le pagaba bien sus favores, sea cual sea el caso, ahí estaba ella, esperándolo con un brillo especial en los ojos. Pero no estaba sola, Ivie de Lacroise la acompañaba, esa señora tan callada pero tan venenosa a la vez, aquella que hacía trizas a cualquiera que se cruzara entre ella y la historia que la ligaba con la habitación 2310.

Jaafar Abdulah me ordenó que las dejara pasar y así fue, en menos de 5 minutos ambas mujeres habían desaparecido del lugar, seguramente con rumbo hacia la habitación donde las esperaban. Algo me quedo claro aquella noche, esa no seria la última vez que las vería por el hotel, de eso estaba segura.

El Lobby - Un encuentro con la señora Piggot

"Ahora el segundo piso está en remodelación", le dije a la señora Piggot.

La señora Piggot es un huésped VIP, a very special person indeed. Viene religiosamente todos los sábados recalcando que prefiere pasar su tiempo libre de los fines de semana lejos de su condenada mansión y sobretodo del espíritu del difunto señor Piggot.

"Es un suplicio en invierno; a veces se le ocurre salir al balcón de mi habitación en plena noche."

Mientras le explicaba a la señora Piggot que los únicos cuartos que estaban disponibles eran los del tercer y cuarto piso, ella agitaba cada vez más rápido su abanico. El calor era insoportable y la humedad de Lima la exaltaba más.

La mansión Piggot quedaba a dos cuadras del hotel y, sin embargo, siempre llegaba en carroza, únicamente para ser recibida por Milo, el portero (me lo confesó una tarde en la que decidió esperar a que terminara la cobertura en la habitación mientras ella terminaba su trago de bienvenida).

Sin embargo, Michael no es el único candidato a la cuantiosa herencia de la señora Piggot. Últimamente, ha estado mandado a llamar al panadero para felicitarlo personalmente por "las deliciosas creaciones que brotan de sus manos". Vittorio, un joven panadero francés de ojos azules y espíritu libre, llegó como walk-in el mes pasado y, al darse cuenta de las pequeñas bolas de pan amarillas que huían de las manos de nuestro antiguo panadero, decidió quedarse. Desde entonces la señora Piggot, cegada por el plato estrella de Vittorio, el bavorois de guanábana, ha adquirido el hábito de pasar más tiempo en el restaurante que en su habitación.

Eran las 18:35 y ya se le hacía tarde para presenciar la hora de salida del panadero de las 19:00.